Dedicatoria:
Para mi abuela Hortensia y mi hermana Maya, mis primeras maestras.
***
Llegué a la escuela Graduada La Zarza en Septiembre de 1973 y la dejé en Julio de 1989. Dieciséis años fecundos en los que mi vocación de maestra se afianzó y creció hasta una pleamar gratificante, donde las olas vivas, poderosas como nuestro océano y dulces como sólo se puede ser en la infancia, fueron los niños y niñas que me han hecho escribir estas semblanzas.
Existen en mi mente y en mi corazón otras muchas, que me acompañan igualmente.
Gracias a todo este grupo de criaturas, a sus familias generosas y a un paisaje ya para siempre en mi piel y mi alma.
***
E.
Era la primera vez que aquella cría preciosa, de ojos verdes y ademanes conquistadores, entraba en la escuela. Tenía cuatro años, uno menos que el resto, pero sobrada madurez.
Desde casi el borde del barranco donde vivía, se veía el edificio viejo y estropeado donde iba a clase cada día. Nunca después le pregunté si encontraba muchas diferencias entre su casa, pequeña y antigua, canaria con tejas y patio empedrado lleno de plantas, limpia como un espejo; nunca le pregunté, digo, y tendría que hacerlo, si encontraba diferencias con la escuela de tres almenas y fachada deteriorada, con dos inmensas cristaleras y un techo que estuvo amenazando ruina durante más de medio siglo.
En esa escuela entró E. para aprender rápido, muy rápido, confiada en sus medios pero carente de vanidad alguna.
Sus dibujos y pinturas eran de trazos fuertes y seguros, llenos de color y vitalidad. Inteligente y precoz, aprender para ella era muy simple, lo mismo daba que fuera lengua o matemáticas, sólo tenía que dedicarle un poco de todas las capacidades que poseía, así fuera inventar una historia, dirigir algún plan o argumentar una idea nueva.
Organizada, madura sin darse cuenta, muy explicada y receptiva, cualquier cosa la hacía con facilidad. Venía cada día con su tez nacarada y tibia, te miraba sonriendo y se alegraba la mañana.
Cuando empezó a cantar en grupos y rondallas, su voz era como el cristal pulido de las ventanas de su casa. Y su madre, que vivió sin la palabra, sentía como las ondas de su voz le llegaban directamente al alma. Allí estaba su hija, una parte suya, cantando para ella.
Aún siguen sus hoyuelos despertando el brillo de la niña que conocí. La niña que cantaba en una casa sin palabras.
***
Contraportada:
"Enseñar: un acto donde comunicar es fundamental; aprender, indispensable; respetar, necesario. Y entregarse, un plus que nos gratificará."
***
Paisaje de Tenerife, Fotografía de Virgi, tomada de su
phoeticblog.
***
Quizá alguien se pregunte porque en un blog de Arte y Poesía incluyo un libro de semblanzas y recuerdos. Fácil repuesta: para mí la poesía no es sólo una cuestión de formas y métricas, ni el arte una cuestión de firmas y genios; y aquí veo suficiente poesía y suficiente arte, tanto en las semblanzas que de sus niños y niñas hace Virginia como en las conclusiones que después de leerlas he sacado sobre la importancia que en esa escuela se daba a la literatura, la escritura, el dibujo y la vida en general: y eso también es poesía.